Melodía sabia que su vida no iba a ser fácil, pero que también iba tener sus beneficios. Ser hija única tiene sus pros y sus contras y ella tuvo que aprender eso desde niña. Comprendió que para no aburrirse y jugar autísticamente debía tener amigos y cuando estos no estaban con ella, debía hacerlo sola.
Entonces, ella se divertía mucho sola, inventando, produciendo sus propias obritas de teatro, las cuales ponía en escena en el teatrino de juguete que le habían regalado; en dicho espacio de sueños, Melodía era la escritora, hacia las voces de los personajes, musicalizaba y obviamente hacia de directora.
Su nana era el público infaltable e incondicional en esos juegos, siempre la aplaudía de pie y llenaba de mimos, ya que la mamá de Melodía desde que su padre no estaba, debía salir a trabajar. Igualmente ella hacia magia, se las arreglaba; porque sin usar ninguna varita, solo con besos y abrazos transformaba los momentos que pasaba con su hija al regresar del trabajo, en las horas más felices para ambas.
Cuando Melodía no estaba sola jugaba con su mejor amigo Ariel, se conocían casi desde el primer año de vida, él era unos pocos años mayor que ella, vivía al lado y desde que abría los ojos ya estaba en casa de su amiga desayunando. Allí pasaba muchas horas, solo se separaban al momento de ir a la escuela, durante las comidas principales y algún que otro fin de semana, pues los padres de Ariel lo llevaban de paseo, aunque algunas veces Melodía iba con ellos, pero otras no.
En un principio jugaban con un maravilloso sin entendimiento el uno del otro, pues no hacia falta: Al viejito, la mancha, los paseos en bici, las escondidas; pero antes de ingresar al preescolar, empezaron a jugar a la mamá y al papá, tenían muchos hijos, todos los muñecos de Melodía; sin analizarlo, éste se convirtió en su juego favorito
Al principio era una familia ideal, Ariel regresaba cansado del trabajo y Melodía le recibía con comidas especiales preparada en platitos de plástico, veían los dibus animados, ella le contaba cosillas que inventaba y regalaba sus puestas teatrales, pues debía darle rienda suelta a su imaginación desbocada y él la comprendía.
Cada día era una historia distinta, arropaban juntos a sus hijos, los bañaban y alimentaban; y hasta salían a bailar. Paseaban por la vereda tomados de las manos con el cochecito de los bebés en la mano, sin comprender la mirada enternecedora de la gente que transitaba por la vereda y los miraba sonriendo. Es que para ellos, no tenia nada de raro.
Como toda pareja de vez en cuando, había discusiones e intercambio de opiniones, acerca de temas muy importantes: Que yo prefiero jugar a tal cosa, que a vos no te gusta, que me comiste mi parte de pastel… También pasaron por grandes crisis como cuando Ariel se le ocurrió con mal tino ejercer de manera demasiado estricta y agresiva su rol de padre: Propinó una paliza a una de las hijas; en conclusión, la muñeca terminó sin una pata y él con las uñas tatuadas de Melodía desde la frente a la barbilla.
Tremendo lío, los adultos discutían y dos bandos había:
—Que son cosas de chicos, no hay que exagerar—esgrimía la mamá de la Melodía intentado calmar los ánimos.
—No es así, mira la cara de mi pobre hijo—se quejaba afligida la mamá de Ariel.
En el patio, mientras los adultos estaban bla, bla y bla, los niños se habían reconciliado, ellos todavía no sabían del rencor, ni porque los grandes peleaban y perdían tanto tiempo; ajenos al mundo ellos jugaban a la calesita humana, giraban y giraban agarrados con fuerza de las manos.
En varias semanas los pequeños esposos no podían verse, los padres de Ariel así lo habían decidido; no obstante él se las arreglaba para cuando estos dormían la siesta, escabullirse y tapia de por medio con dos vasitos por teléfono y un hilo largo, conversar con Melodía.
Pasaron los días, y como toda tormenta las aguas de los grandes que entienden poco y nada acerca de lo importante, se calmaron; el jardín y la casita de Melodía y Ariel volvieron a estar habitadas por sus dueños, como antes.
Hasta que un día muy nublado, el más oscuro que los pocos años de Melodía había presenciado hasta entonces; los padres de Ariel emigraron a otro país. Melodía quedó sola con su teatrino, la casita del jardín empezó a lucir como una de esas moradas abandonadas en un bosque sombrío.
Melodía y Ariel nunca volvieron a verse, la vida era demasiado rápida e imprevisible para ellos. Tan solo una vez se encontraron, ya eran adolescentes, él debía casarse con su novia pues había quedado embarazada. Con la misma ternura de entonces, ellos se miraron a los ojos y allí se leyeron con la claridad de un libro como lo hacían de niños, en ese maravilloso sin entendimiento, pues no hacía falta.
—Nunca te voy a olvidar—le dijo Ariel y sus palabras se escuchaban desde muy adentro.
Melodía le tomó de la mano, ella tampoco le olvidaría jamás.
Melodía y su Nana en la actualidad, su Melodía esta muyyyy grandota y sin embargo ella la sigue llamando "mi chiquita" TQ Nana.
Esta entrada surgió por iniciativa de Alejso Luis, él siempre me contagia con cosas nuevas y juegos y yo le sigo!! Los invito a todos! Es una especie de eslabón: Relatar en cada blog en forma de anécdota, cuento, relato, poema, etc, algo de nuestra niñez personal y si es posible con fotos. La idea me parecio estupenda!
Esto es algo muy mío, espero les haya gustado, la foto es tomada de la reciente visita de mi Nana a casa.