La encontré ya adueñándose de mi sofá, me miraba
con esos enormes ojos verdes en círculo caramelo. El cielo brillaba, vestido en
azul turquesa para un día que sería especial, uno de los mejores regalos que
pudieron haberme hecho.
Supe que sería un manojito de ternura apenas un
poquito más grande que mi mano, un ser mágico que no podría dejar; sin perder
la costumbre, haciendo caso a mi instinto la levanté y de inmediato la bautizé con
el nombre de Pikita, por aquel legendario personaje que tanto me gusta: La feme
Nikita
Desde entonces, me seguía a todos lados, al punto, de
parecer casi un perro, comparación que si ella hubiese entendido la habría colmado
de bronca; pues si hay algo que caracteriza a un gato es su independencia y
ella había optado libremente sin que nadie la obligara.
Había optado que me seguiría con este modo de
sombra, alter felino o mi propio daimonion, de yo haber habitado el universo
paralelo descripto en la película La Brújula Dorada, donde mi alma debe habitar
obligada fuera del cuerpo, dentro de un animal.
Cuando estaba enferma o triste no hacía falta
explicar, se echaba a mi lado y de allí no se movía hasta que yo estaba
repuesta. Al salir de casa, esperaba atenta y ansiosa mi llegada, observando la
puerta sin moverse; para al regreso ronronear fuerte de alegría, más feliz que
cuando jugábamos.
Un divertimento habitual para mis familiares y
amigos era acercarse hacia mi fingiendo agresión, ni hablar cuando simulaban
pegarme o tomarme con rudeza por un brazo; de inmediato haciendo caso omiso a su
tamaño, una loquita inconsciente como la dueña, ella encrespaba y sacaba sus
uñas en franca señal de ataque.
Dormía a mi lado y con su patita de tanto en tanto,
imbuidas en la somnolencia mutua, acariciaba mi rostro de sueños, metiendo las
uñas.
Una tarde empezó a sentirse mal, su estado se fue
agravando y con ella mi desesperación, al notar que los veterinarios poco y
nada podían hacer, aún así media dopada como estaba y con las cicatrizases de
varias operaciones a que fue sometida me seguía como podía, pues llegado un
momento le costó mucho desplazarse. Yo la llevaba conmigo y ella pernoctaba en
ovillo a mi lado.
En esa semana recuerdo como si fuera hoy, tenía parcial
de Neurofisiología y Psicofisiología, complicado y difícil como el estado actual
de mis neuronas con cero ganas de estudiar; para peor mi tristeza ganaba a toda
sed de conocimiento y la nota ya no importaba nada. Aún así fuimos al jardín, allí
abrí los apuntes 2 horas antes y me dedique a “estudiar” si así se le puede
llamar, pues mi atención estaba depositada en ese ser que me seguía observando
como si me acariciara con esa patita que ya no podía ni mover.
Sabía que ella se marcharía.
Como en una premonición una parte del apunte sobre
Estudio comparado del comportamiento en Etiología, acaparó mi atención y de
allí no moví la vista.
Explicaba que en períodos sensibles al aprendizaje,
los animales, dependiendo sus particularidades, puede recibir la impronta de
cualquier objeto, incluso un humano. Si esta se ha instalado eficazmente, ese
animal preferirá de por vida a esa persona sobre cualquier otro objeto o ser.
Una vez instalada, la impronta es irreversible.
……. Y eso fue lo único que me quedo grabado de
entre todas esas páginas, dichos conceptos y las imágenes donde se reflejaba la
impronta que habían establecido los osos con Krot, los célebres gansos de
Lorenz y la baronesa Goodall junto a los chimpancés en el bosque. Eso privilegio
y selecciono esta mente alocada y corazón sin cáscara que tengo, para archivar
y no olvidar jamás.
Fui e hice la prueba múltiple chois, respondí como
pude, lo que me pareció y lo que no también, entre la pena y el tanteo.
Al día siguiente Pikita falleció, no sin antes
mirarme a los ojos con inmensurable amor como lo hizo siempre, hasta su último
día en esta tierra. Regalándome la nota en aquella materia, que misteriosamente,
fue la más alta.
Dos años demoré en elaborar el duelo, los primeros
meses me parecía sentirla muy cerca, percibía su presencia invisible a mi lado
rodándome y si daba vuelta mi rostro rápido o miraba de reojo me parecía verla;
en ese lapso no quise tener mascota alguna, no podía por más intentos que
hacía.
Actualmente su foto ocupa un lugar destacado en la
repisa, en el esplendor de su vida, dentro de un marco de cariño, junto a las
fotos de mis seres más queridos, a los cuales fue una bendición conocer.
Amada Pikita, porque eso era, porque eso es.
Que los animales me pierden y tengo bastante de
Pocahontas no es novedad, fiel a mí, no pude dejar de pasar aunque atrasada, la
celebración por el día del animal. Esta historia verídica y tan mía, es para
todas las mascotas que tuve: Perro, gatos, pollitos, ñandú, conejos, pajaritos,
caracoles, loras, cerdos y hasta una pequeña araña de nombre Greta.
También por aquellos animales especiales que
trabajan en zooterapia (tengo la suerte de conocer varios) o rescate; y por
todos, todos. Ya que nos invaden solo con amor.
Especialmente saludo a Ninja Kun-Fu Panda mi Amorcito animalado
actual, tan enorme que parece un mini tigre, jefe del Barrio y alrededores; que
para festejar casi se derrite en deleite, engullendo un pastel de aceitunas que
le obsequie especialmente.