Él tantas veces la había visitado, pero ella ni cuenta se había dado; mejor dicho había hundido su abominable recuerdo, allá donde pujan por salir los deseos y terrores más ocultos, en la casa de las sombras y los seres inconscientes.
La primera vez que él se presentó llamándola, fue cuando debía ponerse en puntas de pie para jalar el picaporte y abrir la puerta.
Una noche, ella abrió sus ojitos de niña traviesa, cuando las campanadas del reloj acusaban más allá de la medianoche. Una voz grave, lúgubre e indefinida, le murmuraba desde vaya a saber que parte de la habitación.
—Melody… Melody —le llamaba con ansias e insistencia, desde el lugar de los indescifrables y las almas fétidas; con un sonido distinto, entre gruñido y palabra, arcano, que no pertenecía a este mundo.
Ella apretó muy fuerte los párpados, dispuesta a no abrirlos por nada del mundo; para a continuación, pellizcarse los pequeños brazos y ver si estaba soñando, pero estos dolían. ¡Aquello era cierto!
Seguidamente su nombre, se entretejió con una respiración entrecortada y cerrada.
Temblando, Melody se cubrió hasta las orejas, la frazada parecía ser el escudo protector perfecto que la preservaba de aquella presencia siniestra llamándola desde la oscuridad. Temblando ella estiró el brazo enguantado de miedo, intentando accionar el velador con forma de osito, pero no pudo, y espantada recurrió a la persona que sabía vendría enseguida en su ayuda.
— ¡Mamá! —vociferó con la garganta en su máxima potencia.
Al instante la madre de Melody se hallaba en la habitación, presurosa y asustada encendió la luz, apretujando a su hija contra sí; que entre suspiros de miedo le relató lo sucedido. La mirada descreída de la madre, y seguidamente su mano sobre la frente de la niña, fue la repuesta.
—No tienes fiebre —cerciorándose, pues cuando su hija tenía fiebre, uno de los síntomas clásicos en ella, eran las pesadillas—. De seguro ha sido un feo sueño, ya te olvidarás. No hay nadie hija, mira —observando en derredor.
Seguidamente ante la insistencia de la niña, procedió a inspeccionar el lugar pintado de rosa y blanco de arriba a abajo, especialmente bajo la cama, que era donde la pequeña más insistía.
—Ma, quédate a dormir conmigo, por fa, por fa. Rezaremos al ángel de la guarda, quédate aquí —suplico.
—Todo fue un sueño Melodía, estoy segura, tenes una imaginación muy fértil, hijita —estampándole un suave beso en la frente.
“Ángel de la guarda, dulce compañía
No me desampares de noche, ni de día”
El resto de la noche, madre e hija durmieron abrazadas.
Melody sabía que aquello había sido tan real y terrorífico, al igual que la prueba de aritméticas que debía enfrentar al día siguiente.
Pasaron los años y de aquella experiencia solo había quedado un manojo de murmullos espectrales y telarañas de recuerdos ennegrecidos.
Melody creció, su habitación de rosa paso a violeta claro, ya llegaba mucho más allá del picaporte, ahora debía bajar la cabeza para tomarlo y abrir la puerta; y del primer ciclo había pasado a la universidad.
Cierta noche en que ella sentía una rara sensación de placidez, abrigándole el alma, paz tan acogedora como nunca antes había experimentado. La misma que antecede a los últimos instantes y en el preciso momento que dormía soñando con camelias azules, una voz la despertó.
—Melody… Melody —susurraba gravemente, igual que esa vez.
Veinticinco años habían transcurrido por la vida de aquel ser mortal que yacía en la cama, temerosa y tapada hasta las orejas, como la niña que fue una vez. Idéntico, pero a la vez distinto, porque ella ya no era la misma, ahora era una mujer.
Lentamente Melody corrió la frazada y absorbió una bocanada de aire, quizás la última de este mundo. Ella abrió los párpados de par en par, dispuesta a enfrentar aquella criatura sin rostro que la reclamaba; fue entonces cuando percibió la respiración de ese ser, justo frente a su nariz.
Armándose de valor, abrió sus ojos, para enfrentar en medio de la negrura, a unos ojos aún más negros y destellantes; que sin pupilas, y detenidos frente a ella, la escudriñaban sin pestañear.
— ¿Qué… que… quieres? —balbuceó, soportando el peso de ese ser, que con un salto la había obligado a recostarse, y ahora se encontraba en posición agazapada encima de su cuerpo.
—A ti, te espere, siempre a ti Melodía —soltó de manera contundente.
Esas palabras retumbaron con fuerza infrahumana, de pared a pared, incrustándose en cada recoveco y en cada luz dormida.
Melody sabía que aquello era tan real y espantoso, como el examen teórico, que debía afrontar esa semana en la facultad.
Ella, lo supo todo el tiempo, pero recién se daba cuenta, con la torpeza de una navaja desgarrando ilusiones de sueños por cumplir. Ella sabía que ese era su destino.
A la mañana siguiente, todo era muy raro, los pájaros del jardín no cantaron ese día.
Y de Melody, nada se supo, era como si hubiese volatilizado, o como si el mismísimo
Amo de los infiernos la hubiese llevado.
Su gato fue agonizando lentamente sin causa aparente. La familia entera y allegados la buscaron cielo y tierra, pero nunca se les ocurrió buscar en el infierno.
Sus padres, ante el reclamo de sus amigos por el silencio de Melodía, publicaron en su blog y Página de Facebook, lo sucedido; también respondieron los emails que llegaban, preocupados por la desaparición de su única hija; pero todo fue en vano.
Melody había mutado de su cálida habitación violeta a habitar el trono congelado del noveno infierno, en compañía del ser de gigantes alas negras; el cual la obligaba a recitarles poemas, sentada a la izquierda de su trono y la vigilaba día y noche, como cuando ella vivía en la tierra.